Posted On 09/01/2013 By In Victorio Lr With 3319 Views

Manolete ya está en la enfermería

Zona Facebook. Victorio Lr.

(LINARES, 28 DE AGOSTO DE 1947, SOBRE LAS 19,50 HORAS APROXIMADAMENTE.)
“Soy joven y quiero vivir. No deseo morir esclavo de mi profesión, porque el toreo no deja tiempo libre. Se está en él entero o no se está.” (Manuel Rodríguez, Manolete)
Pepe, ¿qué me han “dao”?; dice Camará: “Pues te han dado las dos orejas y el rabo.”
Con una impresionante cornada, que le costaría la vida, y ya en la enfermería, eso era lo que le preocupaba al Monstruo de Córdoba, el reconocimiento del público a su faena al toro Islero. Temple y pundonor absoluto hasta en las puertas de la muerte.
K-Hito dejó escrito:
Ya tenía todo ganado Manolete. Con una estocada hábil, entrando de prisa, hubiera podido acabar. Ya tenía en las manos las orejas de la res. Pero entonces vino lo sorprendente. Manolo se perfiló a poca distancia del miura. Lió la muleta, arrastró el pié izquierdo, y centímetro por centímetro fue clavando el acero en el morrillo del toro. Duró aquello demasiado. Se le vieron marcar todos los tiempos de la suerte suprema. Ni entró a matar con el morlaco pegado a toriles, ni la res se le vino encima de modo que él no pudiera evitarlo. Nada de eso. El toro tuvo tiempo de prenderlo por el muslo derecho. Lo elevó un palmo del suelo, y Manolete, girando sobre el pitón cayó de cabeza. Cogida sin aparato. Quedó el espada entre las patas delanteras del miura, que optó por seguir a un capote. Manolete aún en el suelo, se llevó la mano a la herida. Toreros y asistencias acudieron con toda rapidez y lo tomaron en brazos. Equivocaron el camino de la enfermería y tuvieron que rectificar. Manolete iba pálido, intensamente pálido. En la arena habían quedado dos regueros de sangre.
Todo el público se dio perfecta cuenta de que Manolete estaba gravemente herido. “Islero” se dirigió a las tablas y allí dobló. Las dos orejas y el rabo llevó un peón a la enfermería, justa ofrenda del presidente al extraordinario torero.
-Hemos visto la última corrida de Manolete- le dije a Colombí. Y lo dije no creyendo que la herida fuese mortal, ni siquiera muy grave, sino persuadido de que no volvería a torear. De convencerlo nos encargaríamos todos sus amigos.
Siguió la corrida sin que ya nadie prestara atención. Al sexto toro, Luis Miguel lo lanceó bien y le hizo una faena suave y torera. Acabó con él de dos pinchazos y un descabello. Oyó palmas.
Entretanto llegaban noticias de la enfermería. Primero, que si una cornada grande en el vientre. Luego, que si un cornadón en un muslo.
K-Hito, sigue:
La enfermería de la plaza de toros de Linares es un amplio departamento, dividido en dos piezas. A través de las rejas de unas ventanas que dan a la calle fisgonean las gentes. Manolete, a poco de llegar a la enfermería, sufrió un intenso “shock”. El “shock” –ausencia del ser- es un estado psíquico causado por un trauma. Fue asistido el diestro por el doctor Garrido Arboledas, ayudado por los doctores Garzón y Carbonell. Cuando Manolete se hubo recuperado, el doctor Garrido procedió a operar, previa anestesia con éter.
La enfermería estaba llena de curiosos. Una atmósfera densa abrumaba. Fumaban algunos imprudentemente.
Camará desgarró la taleguilla del torero hasta la rodilla, todo el muslo, hasta más arriba de la ingle, estaba ensangrentado.
El doctor Garrido, que no reservó desde el primer momento su impresión pesimista, dispuso una transfusión de sangre para compensar en lo posible la pérdida. A dar la suya se prestó el cabo de la Policía Armada Juan Sánchez Calle, antiguo amigo de Manolete, a quien fueron inyectados trescientos gramos.
El periodista Tico Medina pregunta, al cabo Juan Sánchez de la Policía Armada, entrevistado para el programa de TVE “Así fue”, en 1973, porqué se ofreció a dar su sangre a Manolete en la primera transfusión:
– ¿Cómo fue que usted se ofreció a dar su sangre?
– Mire usted, yo estaba de servicio en la plaza en el callejón en un burladero, frente adonde tuvo la cogida y al cogerlo, pues, los de la cuadrilla, los banderilleros y eso pues tomaron en dirección casi buscando la puerta de caballos, dirección contraria. Y entonces yo les indiqué que por ahí no, por aquí, y fui apartando delante de ellos al grupo de gente que siempre se aglomera en estos casos. Y llegamos a la enfermería y entonces don Fernando Garrido, el doctor Medinilla, ¡sangre, sangre! Y entonces dije: yo tengo sangre universal.
– Me quité la guerrera y le hicimos una transfusión brazo a brazo. Y entonces le pregunta él a Pepe Camará que también estaba allí: “Pepe, ¿qué me han dao?, dice: “Pues te han dado las dos orejas y el rabo” y entonces me apretó las manos y me dijo: “Paisano, ¿quién me iba a decir que tu me ibas a dar tu sangre.”
Manuel Rodríguez, Manolete, es operado en la enfermería de la plaza por el doctor Garrido:
“El doctor Garrido invirtió en operar a Manolete cuarenta minutos. Y poco después redactó el parte facultativo:
“Durante la lidia del quinto toro ha ingresado en la enfermería el diestro Manuel Rodríguez (Manolete), con una herida por asta de toro situada en el ángulo inferior del triángulo de Scarpa, con un trayecto de veinte centímetros de longitud de abajo arriba y de dentro a afuera y ligeramente de delante atrás, con destrozos de fibras musculares del sartorio facia cribiforme, recto externo, con rotura de la vena safena y contorneando el paquete vascular nervioso y la arteria femoral en una extensión de cinco centímetros, y otro trayecto hacia abajo y hacia fuera de unos 15 centímetros de longitud, con extensa hemorragia y fuerte “shock” traumático. Pronostico muy grave.- Doctor Garrido.”
Nótese que en el parte que transcribe K-Hito, no se dice en que muslo se produce la cornada.
En el parte original -copia archivo del autor-, hay una llamada que dice: (1) “del muslo derecho.” (N.A.)
“Después de operado se instaló a Manolete en una cama de la habitación contigua al quirófano. A falta de mantas, y mientras se enviaba por ellas al hotel, el herido fue cubierto con un capote de torear.
A las ocho de la noche cesaron los efectos de la anestesia. Manolete, dirigiéndose a su primo, el banderillero Cantimplas, le dijo:
-Pelu, ¡cómo me duele la ingle!
Tenía sed el herido. “¡Agua! ¡A ver un vaso de agua limpio”- gritó alguien, saliendo de la enfermería-. Consigno estas deficiencias con ánimo de que se corrijan y sin deseos de molestar a nadie. Verdad es que a los diez segundos tenía Manolete su vaso de agua.
Salimos también Colombí y yo, no sin antes advertir a Camará que allí, en la puerta, quedábamos dispuestos a ser útiles en lo que pudiéramos.
Don Antonio Cañero se lamentaba de aquella aglomeración de gente en la enfermería. Fuerzas de la Policía Armada impedían la entrada de más curiosos y trataban de desalojar el recinto. Pero cuantas personas estaban dentro aseguraban que eran médicos o practicantes.
La enfermería de la plaza de toros de Linares es amplia y luminosa. Otra verdad.
A ella acudieron también los toreros que habían actuado con Manolete
Noche ya. Pasamos al redondel, donde se preparaba para más tarde una función de cinematógrafo. Los empleados entraban sillas. En muchas de ellas, sentados, esperaban noticias muchos o todos los toreros que actuaron aquella tarde.
En el centro del ruedo el imponente coche azul de Manolete aguardaba. Parecía un acorazado encallado en un banco de arena.
– A Córdoba. Lo vamos a llevar a Córdoba. Ya se ha avisado a un médico allí para que nos encuentre a mitad de camino.
Una mujer que sale de la enfermería pasa por delante de nosotros con un revoltijo de sábanas impregnadas de sangre. Me llevo las manos a la cabeza.
– Que no va a Córdoba, sino a Madrid. Se ha dado aviso al doctor Jiménez Guinea, que está en el Escorial.
– – Ya no va a Madrid –nos dice Chimo, el mozo de espadas-. Se avisará al padre de Manolo Navarro, que tiene un Hispano, para que traiga al doctor Jiménez Guinea sin pérdida de tiempo.
Colombí y yo vamos al hotel Cervantes para recoger nuestros equipajes y trasladarlos al Málaga.
Chimo ha llamado a San Sebastián
-Encarnita, Encarnita…(Habla con la sobrina de Manolete.) Mira, Manolo tiene un puntazo hondo; más bien una cornada, pero sin interesar nada importante. Ni la femoral ni todo eso. Hazme caso a mí y no os fiéis de lo que digan los periodistas, ya sabes lo que son… (Chimo me mira y sonríe) Le han dado las dos orejas y el rabo. Oye Encarnita…, Encarnita… A ver como se lo decís a la abuela. Que no se alarme, que no es cosa de importancia. Cree lo que yo te digo. Buenos, adiós, adiós.
Todavía nadie cree en la suma gravedad.
– ¿Y la ropa? ¿Dónde está la ropa? Pregunta Chimo.
Y entra uno con la taleguilla rosa y oro llena de sangre.
Una sirvienta pide unas mantas…
Al salir de la puerta del hotel encontramos de nuevo a Chimo:
– Manolete está mal, bastante mal. Lo vamos a llevar al sanatorio del doctor Medinilla.
– -No, no- replica alguien-. Va al hospital.
– Sí. Tenga usted presente que el hospital de Linares es magnífico.
– Es donde estará mejor- añade un linarense.
Volvemos a la enfermería. En la puerta espera un coche-ambulancia de la Cruz Roja. Pero han decidido conducir a Manolete en camilla.
El trayecto es larguísimo. Manolete alguna vez, levanta el toldillo con la mano para ver el exterior.
– Despacio, despacio- dice a los camilleros.
Junto a la camilla van Rafaelito Lagartijo, Bellón, el pariente de Manolete Rafael Díaz y el banderillero Sevillano.
En la antesala del hospital, una mesa y una silla. Balañá nos informa. Uno de los médicos está muy pesimista. Otro, menos. “Yo también confío”, dice el conocido empresario.
Se le ha hecho a Manolete una nueva transfusión de sangre. Parrao dio la suya…
Tomo asiento en aquella silla junto a la mesa pegada a la pared. Estoy frente a Manolete. Su rostro emerge en el mar de sábanas. Alguna vez mueve las manos para levantar el embozo. Y suda. Camará, a su derecha, y dos hermanitas de San Vicente de Paúl, a su izquierda, le enjuagan el sudor con sus pañuelos.
De nuevo van a extraer sangre a Parrao. Pero yo no puedo creer que a Manolete lo mate un toro. Y no sé, no sé. Llegan unos y salen otros. Todos cuchichean. Nadie turba el penoso silencio Los perfiles borrosos no permiten conocer a las gentes sin acercarse mucho a ellas…
Bajo al jardín.
-Rafael- le digo a Gitanillo de Triana-, ¿por qué no coges tú el coche de Manolo y sales al encuentro de Jiménez Guinea?
– A eso voy, don Ricardo. Ya lo había pensado. No será correr, será volar…
Manolete se daba perfecta cuenta de La gravedad de su estado.
– Don Luís ¿no me mete usted mano?- le dijo al doctor Jiménez Guinea al ver que destapó la herida y la volvió a tapar, dedicando todos sus cuidados a que Manolete se recuperase.
– Luego, Manolo; luego- le contestó el doctor-. Todo está bien.
Y cerró los ojos el herido resignadamente.
Sabía que su fin estaba próximo, y sus labios balbucearon una oración…
Manuel Rodríguez, tras breve y serena agonía, inclinó la cabeza a la derecha y expiró. Camará le cerró los ojos. Eran las cinco horas y siete minutos del 29 de agosto de 1947. Manolete había perdonado a sus deudores para que Dios le perdonase a él.
Álvaro Domecq envolvió el cuerpo del torero en blanco sudario, se le ató un pañuelo para sujetarle la barbilla, y en las manos, enlazadas sobre su pecho, se le puso un crucifijo. Su semblante, levemente pálido, acusaba placidez en su sueño eterno.”
Es interesante conocer la opinión del doctor don Fernando Garrido Arboledas, médico jefe de la enfermería de la plaza de toros de Linares desde 1942. Tico Medina le entrevistó – en 1973- para el programa de Televisión Española “Así fue”:
– “Vi que la cornada era, yo la consideré mortal, porque al caer tuvo la contracción muscular propia del que tiene una herida gravísima y muere a consecuencia del traumatismo tan intenso. No pudo levantar la cabeza. Lo cogieron, ya me di cuenta e inmediatamente me trasladé a la enfermería. Yo llegué antes que el torero.
– ¿Cuál era la importancia de la herida?
– Primero, la hemorragia tan intensísima que tuvo.
– ¿Perdió mucha sangre?
– Perdió muchísima. Tenga en cuenta que le partió la safena en el mismo ángulo, de manera que tiraba sangre por la desembocadura en la vena y por la rama ascendente. Además, le partió los vasos pudendos, que son dos vasos muy grandes, le contusionó el paquete vasculo nervioso en 10 cms. donde no circulaba sangre y el destrozo tan horroroso que le hizo en toda la masa muscular.
– Doctor: llega Manolete al Hospital de Linares, ¿cómo viene?
– Manolete vino relativamente bien. No había empeorado en su estado general y entonces ordené, por si hubiera habido alguna agresión, hacerle una revisión.
– Doctor, cuando usted vio a Manolete, creo, dijo alguna cosa que para nosotros es importante.
– Manolete no quiere morirse y parece que quiere salvarse.
– Y usted ordenó hacer una transfusión de sangre.
Pregunta ahora a la facultativa que hace la transfusión de sangre:
– Señorita María Luisa López, usted hace la transfusión de sangre. ¿Qué tipo de sangre tenía Manolete?
– Universal. Vimos varios donantes que se prestaron, pero la de Parrao era una sangre muy buena y, además, él tenía mucho interés en dar la sangre por Manolete, el matador de toros Parrao que dio esa noche tres veces sangre.
– En ningún momento de esas tres veces hubo rechazo ¿no es así?
– Nada. Por eso nosotros lo aceptábamos aunque ya nos parecía excesivo, pero como no le producía ninguna reacción ni escalofríos, ni nada, pues dijimos vamos a seguir con esta que le va bien.
Continúa respondiendo el doctor Garrido:
– De todas maneras doctor, creo que hay un cuarto intento de transfusión ¿no es así?
– Efectivamente, para continuar la mejoría que se había iniciado, intentamos hacerle una cuarta que la hizo el doctor Maza, del laboratorio Jaén de un banco de sangre. Sangre que él trajo. Pero ya hubo ahí un intento de rechazo y entonces ya se suspendieron todas las transfusiones.
– Ya tenemos aquí al doctor Jiménez Guinea. Hubo consulta de médicos en el pasillo, ¿no es así?
– Efectivamente, primero oímos la opinión del doctor Jiménez Guinea que había levantado la cura y dijo yo aquí quirúrgicamente no tengo que hacer nada. Está bien tratado, de modo que lo que hay que hacer es ponerle este enfermo masa, porque está muy débil, hay que ponerle masa.
– ¿Qué es la masa?
– El plasma sanguíneo. Entonces ya le contamos que había tenido un pequeño rechazo en la última transfusión de sangre y creo que deberíamos esperar para ver si continuaba la mejoría.
– Y, no obstante, se le puso el plasma sanguíneo, la masa.
– Aunque nosotros dijimos que era contraproducente se le puso.
Las manifestaciones anteriores, hechas a un medio televisivo, no tenían carácter científico aunque sí histórico, aclaratorio, de como sucedieron los hechos. El carácter científico de lo sucedido en la muerte de Manolete lo describe el doctor Garrido en 1977.
“La verdadera historia de la muerte de Manolete”, declaraciones del doctor Garrido Arboledas, hechas a la revista “Cirugía taurina”, editada en Méjico en 1977:
He sido solicitado numerosas veces para entrevistas y cambio de impresión sobre las circunstancias que rodearon mi intervención como Médico Jefe del Equipo Quirúrgico en la Enfermería de la plaza de toros de Linares, cosa a la que siempre no he accedido, hasta el pasado año de 1973, en que a requerimiento de Televisión Española no pude excusarme, haciendo unas declaraciones que no tenían carácter científico, éste solo reservado para algunos profesionales.
Este momento ha llegado, ya que a la familia médica de Cirugía Taurina, no puedo negarme, al mismo tiempo que constituye para mí poder contar a tan ilustres compañeros al proceso seguido y tratamiento, en la mortal cogida del matador de toros Manolete.
La cornada que sufrió Manolete es como vulgarmente se dice de “caballo” por los grandes destrozos sufridos, ya que el toro se la produjo a placer, puesto que el diestro entró a matar con los terrenos cambiados, en los terrenos de chiqueros y el toro humillado. Como lo hizo sin aliviarse y con mucha lentitud, el toro no tuvo más que levantar la cabeza y ensartarlo, penetrando el cuerno dentro del muslo unos 25 o 30 cms. Y girando el cuerpo sobre el pitón hundido con un ángulo de 180º.
La cornada como es sabido, estaba a nivel del triángulo de Scarpa, con un orificio de entrada de unos 8 cms. Sin desgarro en piel; pero una vez explorado, aprecié una trayectoria hacía afuera y arriba que llegaba hasta el trocánter mayor y otra hacía abajo y fuera hasta la cara externa del muslo terminado unos cuatro centímetros por encima de la rodilla. Como el cuerpo había girado sobre el pitón, los músculos Sartorio, Recto anterior, porción externa del Tríceps y demás músculos de la cara antero-externa del muslo, estaban destrozados, rotura de los múltiples vasos vasculares, en fin, daba el aspecto de las lesiones sufridas por explosión, dados los grandes destrozos que presentaba; la cornada a nivel de su entrada, había destrozado la Safena las venas y arterias femorales y vasos pudendos y como consecuencia lógica los síntomas de anemia aguda y shock eran muy intensos.
En estas condiciones ingresó en la enfermería con estas palabras: “¿Qué me pasa que no veo?”
Me revestí de tranquilidad y pude rápidamente ligar en masa el paquete vasculo nervioso, safena y demás vasos.
El año de 1947 no era obligatorio tener equipo de sangre, pero para mi equipo tenía un aparato Cardí, con el que la señorita María Luisa López le hizo la primera transfusión directa con sangre donada por un cabo de la Policía Armada, no sé exactamente la cantidad, pero que sería de unos 300 cms. y también un compañero de éste se prestó voluntario que solo pudo poner unos 150 centímetros cúbicos, se consiguió que se reanimara un poco y entonces como es natural, desbridé ambos trayectos, encontrando los destrozos musculares mencionados, hice una toilet de la región y colocando los desagües necesarios . Se le puso una nueva transfusión de sangre de 500 centímetros cúbicos. Esta donada por el matador de toros Parrao, ya retirado.
La tensión arterial solamente era de 7 y fue tratado convenientemente con tónicos cardíacos hipotensores de modo intenso, ya que siempre Manolete era un hipotensivo.
La intervención quirúrgica la realicé con los compañeros de mi equipo doctores, César Lara y Luís Garzón y ayudante Técnico Sanitario José María de los Herreros. Anestesia general con aparato de Abremdam, ya que en esa época no teníamos la anestesia controlada; la intervención fue presenciada por el doctor Izarra, cirujano de la plaza de toros de Valdepeñas y amigo de Manolete; durante la intervención se le administraron los Sacramentos de Extremaunción por el capellán de la plaza don Antonio de la Torre, el que más tarde lo confesó en el hospital clínica de los Excmos. Sres. Marqueses de Linares, cuando se recuperó en parte del fuerte shock que sufría.


Terminada la operación, se le trasladó como es natural a una de las camas de la enfermería, se le puso una nueva transfusión donada por el cabo de la policía ya mencionado, esta de 500 centímetros cúbicos y efectuada por los equipos del doctor Maza de Jaén y el local de la señorita María Luisa López.
Se acordó el traslado al mencionado hospital y dada la suma gravedad del diestro, éste se efectuó en camilla, pero a mano, dado que los movimientos bruscos de la ambulancia, no tan perfeccionados como los actuales y la pavimentación deficiente podía agravar su situación crítica.
Una vez en el hospital y de acuerdo con el doctor Corzo, amigo y gran cirujano de la ciudad de Úbeda. Levantamos el apósito por si sangraba algún vaso muscular y comprobada no existía anomalía, se pasó a la habitación número 18 de la clínica para continuar su tratamiento. En esto se le puso una transfusión de 500 centímetro cúbicos, pero al notar síntomas de rechazo se suspendió a los 400 centímetros cúbicos.
De común acuerdo con los señores Álvaro Domecq y don José Flores “Camará” como amigo y apoderado de Manolete y dada la suma gravedad del diestro se acordó avisar al Dr. Jiménez Guinea, médico Jefe de la plaza de toros de Madrid con objeto de mantener una interconsulta con el mismo y tratamiento a seguir. El doctor don Wenceslao Martínez de esta localidad se encontraba como médico de guardia y atendió permanentemente al herido y según me comunicó y yo comprobé personalmente, dentro de su extrema gravedad había reaccionado algo de su intenso shock encontrándose despejado, orinó normalmente e incluso pidiendo un cigarrillo, por decir se encontraba mejor.
El médico consultor llegaría aproximadamente de tres a tres y media de la madrugada celebrándose a continuación la consulta y cambio de impresiones, asistiendo a la misma los doctores Isarre, Corzo, Lara, Jiménez Guinea y el que suscribe.
Todos conformes con la suma gravedad de Manolete y que en caso de recuperación del mismo lo más probable sería la amputación del miembro abdominal por el tercio superior y manifestando el doctor Jiménez Guinea que de momento no había que tocar las heridas por no haber sintomatología que lo aconsejara, ahora bien, que dado el estado de suma gravedad convendría hacerle un tratamiento a base de plasma, en lo que no hubo conformidad ya que indicamos los síntomas de rechace que había tenido en la última transfusión.
Por desgracia, a las cinco y diez de la madrugada falleció Manuel Rodríguez “Manolete” por bloqueo renal y shock consiguiente por intolerancia al plasma que se le aplicó.

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