Plaza de toros de Valencia, 12 de marzo de 2012. Tercera de la Feria de Fallas. Novillos de Javier Molina, correctos de presentación para Pascual Javier (palmas tras aviso y silencio tras aviso), Sergio Flores (silencio y silencio tras aviso) y López Simón (una oreja y silencio). Un cuarto de plaza (algo más de 2.500 espectadores).
Algo ha cambiado. La mediática de ayer, el descalzaperros triunfalista o vaya usted a saber qué, pero algo ha debido ocurrir para que, sin previo aviso, en la primera novillada fallera se experimentase con la vuelta de los picadores de tanda al revés de como lo han hecho toda la vida de Dios. ¿Para qué? Para evitar tiempos muertos, hacer más ágil el festejo o no alargar semejante peñazo en el que se convirtió la dichosa novillada.
Ay Valencia. Se protesto el atajo tomado por los piqueros, claro que sí. Seis de seis bronquitas. En cambio, ayer con la mediática triunfal no hubo freno y todos dicen que fueron la mar de felices. Y hoy tampoco hubo nadie que alzase la voz cuando a la banda de música, por ejemplo, le salía de la mismísima batuta emprenderla sin que nadie le diera la orden (?) y la faena de turno estuviera hundida en el sopor, la indecisión y la casta rodase por los suelos.
Exceptuando la encorsetada frescura de López Simón, por señalar algo, lo que dio juego de verdad al cuarto de plaza presente fue lo de los picadores. La novillada de Javier Molina, de correcta presentación, fue hueca y los novilleros tiraron líneas, no pasaron del tesón, el guion aprendido o, en el peor de los casos, demostraron una clara empanada mental.
Sólo López Simón se acercó en su interpretación al papel exigido de un novillero. Que tenga su alternativa anunciada para farolillos en Sevilla es ya otra disposición que admite todo tipo de dudas.
Y cuando más se acercó Alberto López Simón fue en el tercero de la tarde. En ese aire que va de César Jiménez a Talavante, con un novillo,el más seriecito por delante, blando y noblón. La variedad, las rodillas al suelo, el exagerado envaramiento, quedarse quieto, hacerle fiesta al animal sin mayores profundidades y despenarlo de espadazo caído. No hay más secreto, las orejas en Valencia la mayoría de tardes van de saldo.
En el otro extremo, un Sergio Flores que no se fajó como debiera, como demuestran sus formas y cualidades. Esperó recibir más de lo que ofreció, y los novillos de Javier Molina le dieron bien poco. Pudo haber sido con el primero del lote, pero argumentó mal. Fue un novillo noble y distraído de salida, que se llevó dos quites, y que si bien no tenía la mejor embestida –cansina y descompuesta– y decía poco o nada, sí la tomaba. Flores dejó detalles, algún redondo ligado, otro bien rematado, varios naturales, pero sin decir nada más que dotará de importancia a la labor.
Con la tarde ya para pipas llegado el quinto, Flores pudo expresarse menos todavía. Novillo sin gracia, protestón y mal manejado en la lidia, ofreció más motivos para sumir a la tarde definitivamente en lo que fue: un peñazo.
Pascual Javier cumplió ante el que abrió plaza con voluntad, cierta seguridad y coherencia. Hubo dos quites por chicuelinas: primero Flores, luego la contestación de Javier. La zurda la manejó el valenciano de forma estimable, lo que falló fue la colocación, demasiadas veces se quedó fuera de cacho, lo que le impedía ligar y prender aquello. El novillo, para variar, flojo, con poca clase y ninguna casta. Entonces todavía el sol daba una tregua, la tarde no se había enfriado.
El cuarto, bajo y apretado, fue el único que se empleó algo en el caballo. Descompuesto, aparentaba cierto motor. Pero tras un equivocado comienzo por alto de Pascual Javier, el novillo quitó la llaves y se paró una vez superadas las dos rayas. Poca historia el resto.
El sexto tendría que haber sido la releche para cambiar aquello. Y no. López Simón lo intentó a trompicones incluso, mas fue imposible.
La solución a semejante peñazo tras la pantomima de ayer no era ni es precisamente que los picadores atajaran su regreso al patio de caballos, lo permita o no lo permita el reglamento. Los problemas son otros y quedaron bastante claros: la falta de casta, la falta de personalidad o la falta de una verdadera actitud o ganas de comerse el mundo y al escalafón entero.
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