Belmonte 100 años de alternativa
Relatos sobre las anécdotas que se recogen en el libro “Juan Belmonte, matador de toros” del autor Manuel Chaves Nogales.
VIAJE A MÉXICO
El viaje a México comenzó, para la cuadrilla de Belmonte, en Cádiz y para el maestro comenzó en París, donde embarcó en el trasatlántico Alemán «Imperator» desde el puerto de Havre.
El RMS Berengaria fue un trasatlántico de pasajeros construido para la naviera HAPAG (Hamburg-Amerikanische Packetfahrt-Actien-Gesellschaft) por los astilleros AG Vulcan. Sirvió durante el período comprendido entre 1913 y 1920 con el nombre Imperator
PRIMERA ESCALA PARÍS:
Con la recomendación de Natalio Rivas bajo el brazo, a Belmonte le enseñaron París en aquellas pocas horas que estaría allí. No faltó la visita al cabaret de estilo español «La feria» donde conoció a una mujer Polaca un tanto especial, toda la noche estuvo, aquella mujer, tocando y acariciando la coleta de Belmonte a lo que el maestro le recriminó tal acción haciendo, la Polaca, caso omiso a lo que Belmonte le decía. Acabada la noche Belmonte se retiró a descansar sin antes despachar como pudo a la Polaca, al día siguiente comenzó la travesía en el Imperator.
VIAJE EN BARCO:
Belmonte había tomado la determinación de no sorprenderse por nada de lo que pudiera ver, por muy maravilloso y sorprendente que esto fuera, adoptando para ello una actitud de normalidad ante este tipo de cosas. En el mismo barco iba Gaona con su mozo de espadas Maera, Gaona no salió en todo el viaje de su camarote pues este se mareaba, en cambio Maera se desenvolvía como pez en el agua en aquella embarcación.
Belmonte tenía como compañero de camarote a un Inglés fino y sonriente que se acostumbró al soniquete que canturreaba por las noches el maestro y cuando no lo cantaba este se lo pedía por favor lo hiciese. El inglés presentó al maestro a una inglesa que durante varias tardes estuvo en cubierta con él, en las hamacas sin dirigirse la palabra durante largas horas de relax. Una tarde la Inglesa le proporcionó el número de su camarote a lo que, gustosamente, Belmonte accedió y aquella misma noche visitó a la Inglesa, no sin antes perderse por el buque en busca del camarote y tener que convencer a un vigilante que sus intenciones eran las de buscar aquella estancia y no otras como en primera instancia se pensó el vigilante alemán, previo pago de una suma de dinero, eso si.
SEGUNDA ESCALA NUEVA YORK:
Nada más bajar en el puerto de New York la imagen de ver bajar a las pobres gentes que viajaban con ellos en los bajos del buque y la forma en que los trataron los policías Americanos, hizo que Belmonte entrase con desasosiego en la inmensa metrópolis apretando dentro de su bolsillo con rabia, la pistola que había comprado en París. En New York conoció a un sevillano que le enseñó la ciudad al maestro. A D.Juan la ciudad no le agradó nada, demasiado grande y distinta a la típica Sevilla a la que estaba acostumbrado, donde los hombres se conocen por su nombre y los pasos de una persona se oyen resonar sobre los adoquines de las calles. En aquella ciudad donde los hombres no son nadie y las calles son un número ¿cómo se puede vivir?
TERCERA ESCALA LA HABANA (CUBA):
Nada más bajar en La Habana, un admirador del maestro, se le ofreció para invitar a un cocido en su propia casa y Belmonte le contestó que no había salido de España hacia América a jugarse la vida para comer un cocido, aquel hombre no volvió a saludarle.
El viaje lo había hecho con Gaona y Enrique Uthoff (Artículo de Uthoff a Gaona) que tenían un banquete organizado entre ellos y los exiliados de México, aquel banquete que duró una eternidad ya que por plato salía un orador a dar su discurso y varias horas después del café. Belmonte dispuesto a hacer lo que viere sin asombrarse por nada, decidió probar aquellas guindillas que los Mexicanos iban comiendo durante toda la comida y entonces entendió el por qué aquellos siempre resoplaban después de meterlas en la boca.
LLEGADA A MÉXICO:
La llegada a México causó estupefacción en Belmonte, de buenas a primeras se vio rodeado de una corte de personas que no conocía de nada y que no le dejaban ni a sol ni a sombra, entre aquellas todas personas, ya en su habitación de hotel, se le acercó un personaje que después de una larga charla sacó de una cajita que portaba los útiles para realizar un saneamiento integral de las uñas del maestro a lo que Belmonte con aire de naturalidad pero boquiabierto por sus adentros reaccionó de buena forma y pagó los cinco pesos que el servicio costaba.
Belmonte se deja llevar por aquella euforia de los mexicanos, que el mismo causaba en ellos, y se dejó arrastrar por los impulsos menos razonables que siempre tuvo que reprimir, esta insensatez produjo en los mexicanos un efecto de simpatía y popularidad a los ojos de aquella gente. En México Belmonte perdió la cabeza y así estuvo un tiempo después de llegar a España. A estas fiestas y bacanales a las que asistía Belmonte, como no bebía, llegado un punto de locura y borrachera, el maestro se ausentaba dejando un representante que generalmente era Calderón. Por las mañanas llegaban a la habitación del hotel borrachos y sin dormir diciendo barbaridades, Belmonte llegó a determinación de que en México la gente estaba loca.
Una de las costumbres más curiosas, en México, era la de poseer un diamante que establecería el nivel de riqueza ante los demás la gente que le acompañaba siempre le preguntaba si no tenía una joya que ponerse a lo que Belmonte respondía que los diamantes que le enseñaban no eran lo bastante grandes, hasta que un día se presentó. Un hombre con un pedrusco enorme y ya no tenía oportunidad de escapar y no le quedó más remedio que comprarlo, aquella joya se la regaló a su padre y el nunca se la volvió a poner aunque en su periplo mexicano le proporcionó un gran prestigio entre los aficionados.
Una típica discusión de bar, en México, desembocaba en un cruce de acusaciones y reproches que solo se dirimían con una apuesta para saber quién tenía razón, eso pasó en una fiesta que organizaba un general del ejército a propuesta del presidente Huerta que quería conocer a Belmonte. En la fiesta junto al General estaba cenando otro persona que había comprado un automóvil deportivo y fanfarroneaba que corría mucho, cosa que al general no le pareció muy cierto ya que decía que su vehículo corría más que el de aquel comensal, pues la apuesta estaba servida, aquella carrera en la que Belmonte se vio forzado a subir en el coche del general, acabó con un aparatoso accidente del vehículo donde viajaba Belmonte, aunque el maestro no sufrió lesiones algunas y, solo se le ocurrió sacar, mientras no llegaban las ayudas, algunas fotos al accidentado coche. A la llegada de las ayudas y viendo a Belmonte de pie quitando fotos a aquel amasijo de hierros, las gentes mexicanas quedaron estupefactas y se preguntaron qué clase de hombre era el maestro que había tenido la sangre fría de ponerse a hacer fotos con todos sus compañeros sangrando y malheridos. Aquello dio más prestigio a Belmonte que si hubiera toreado en la plaza.
Cap.1.- Primera heroicidad
Cap.2.- Cazador de leones
Cap.3.- Ha nacido un torero
Cap.4.- Una verdad revelada
Cap.5.- El segundo de La Tablada
Cap.6.- El que para, manda
Cap.7.- Un “Tancredo”, veintitrés reales
Cap.8.- Juan “Er der Monte”
Cap.9.- Los panecillos de Elvas
Cap.10.- Rios de sopa y montañas de pescado
Cap.11.- El Cambiazo
Cap.12.- Aún hay justicia en la tierra
Cap.13.- Llegó el amor y Sevilla
Cap.14.- ¡Mátame,asesino,mátame!
Cap.15.- A Valencia con amor
Cap.16.- Estaba decidido, aquella tarde moriría
Cap.17.- El melonero de Triana
Cap.18.- ¡Viva Belmonte!
Cap.19.- El peor percance de mi vida taurina
Cap.20.- Madrid estaba conquistado
Cap.21.- ¡Cinco dias sin dormir y toreando!
Cap.22.- Valle Inclán y amigos
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