Juan Belmonte, 100 años de alternativa
Relatos sobre las anécdotas que se recogen en el libro “Juan Belmonte, matador de toros” del autor Manuel Chaves Nogales.
En el pueblo de Guareña querían dar una corrida de toros y el propietario de la plaza se dirigió a Sevilla en busca de actuantes, este era muy conocido entre los torerillos y su fama era de ser mala persona y tratar a los torerillos como si de ganado se tratase, por ello le era difícil a este empresario encontrar actuantes para tal festejo.
Finalmente le hablaron de Belmonte y lo contrató junto con Paco Madrid para matar cuatro toros gigantescos que eran sobreros del año pasado, entre la cuadrilla iba Calderón ya que no tenía nada que torear por aquel entonces aunque su presencia se debía más que nada por lidiar con aquel empresario que con el toro. También estaba un amigo de la tertulia que quería ir de picador costase lo que costase y para ello empeñó su cama de matrimonio dejando a su mujer durmiendo en el suelo y recaudando algo de dinero y pagarse el viaje en tren.
Nada más llegar al pueblo de Guareña, Belmonte y la cuadrilla fueron a ver los toros, eran cuatro monumentos como cuatro catedrales de 300 Kg. cada uno y fuertes tres de ellos. Para infringir el debido castigo a tales bichos contaban, la cuadrilla, con 2 ó 3 caballos y con el picador amigo tertuliano y que trabajaba eb el mercado del pescado del barranco como carrero. Calderón aprovechando este pretexto pidió a la empresa que se diese algún dinero a lo que el empresario se negó en redondo y Calderón entonces se cerró en banda. Las gentes del pueblo haciendo de menos al empresario se reunió con Calderón y estuvieron negociando a escasas horas del inicio del festejo, estas negociaciones fueron muy duras y las ordenes de Calderón cada vez más confusas.
-Vestirse que salimos a la plaza.
A los cinco minutos.
-Desnudarse, que ya no toreamos.
Belmonte cansado de aquel ajetreo, dejó el traje de luces en una silla y salió a la calle a dar una vuelta, poco más tarde vio llegar a Calderón venir escoltado por tres G. Civiles y con ordenes de vestirse, los subieron en un coche y los llevaron a la fonda para que se vistiesen. Calderón del miedo que tenía no acertaba a vestirse mientras decía en alto.
-Los toros de esta ganadería han matado a Fulano y Zetano.
Rodeados de Guardias cruzaron la calle y entraron en la plaza bajo un ensordecedor griterío y abucheo, cosa que preocupaba más a Belmonte que los propios toros.
Salio el primer toro que era bravo y codicioso y con dos simples achuchones puso a los dos caballos panza arriba y los corneó con saña y, junto con los dos picadores y un monosabio, se formó un gran revuelo. Las tripas y sangre de los animales corrían por todos lados aquello era una verdadera carnicería, entre aquel revoltijo de sangre y vísceras se intuía al grandote carrero que gateaba lleno de sangre en busca del burladero. Todo aquello causó un terror entre todos y nadie se atrevía a acercarse al animal y así Belmonte haciendo de tripas corazón lo capoteó como pudo, al no haber más caballos ya se habían acabado los quites y aquel morlaco llegó al tercio de muerte muy vivo, Belmonte le pegó varios pases y con una media estocada logró desembarazarse de aquel bicho tan fiero.
Salió el segundo que era peor que el primero además de tuerto, al no haber más caballos, los banderilleros procuraban castigar al toro un poco pegándole puñaladas desde los burladeros, por todo esto el publico, enfurecido, quería lincharlos. Belmonte simuló un quite y en una verónica el toro lo cogió y se lo llevaron a la «enfermería» en la que poco después entró su compañero de lidia Paco Madrid herido en un brazo, los dos en el mismo catre vieron entrar al poco a Calderón manco también, allí finalizó el festejo, la gente gritaba enfurecida, mientras en la enfermería entraba otro banderillero cojo y manco. Mientras el público quería incendiar la plaza y la Guardia Civil mataba al Barbas a tiros, los cuerpos de los heridos daban con el suelo ya que se encontraban sobre el catre Belmonte, Madrid y Calderón gritando y moviéndose sin parar.
Apaciguados los ánimos se trasladaron a la fonda donde el fondista les dijo que se marcharan de allí cuanto antes ya que no les habían pagado nada, cosa a la que accedieron, cogidos los unos con los otros y ayudándose como podían llegaron a la estación y se sentaron por los bancos del andén. Cuando ya había pasado un rato entró en el andén un personaje con pinta de torerillo y acercándose a Belmonte le cogió del brazo y le susurró que se callase por lo que más quisiera, minutos después llegó la Guardia Civil como inspeccionando el lugar y en busca de alguien por lo que se llevaban a la gente a un rincón y la cacheaban. Al llegar el guardia Civil a la altura de Belmonte el personaje aquel dio a entender en voz alta que tanto él como Juan y sus acompañantes eran los toreros que habían toreado en el pueblo y que debido a las heridas no se podían casi mover, el cabo se percató de que eran los toreros de aquella tarde y los dejó sin cachear y marchó.
El raro personaje ayudó a Belmonte a subir al tren y Juan en el pasillo se encontró a Calderón y los demás que le explicaron que un carterista había robado el dinero de la corrida al empresario, Belmonte entonces miró a su roro acompañante y le preguntó si fuera él quien robara aquel dinero a lo que respondió que si y que utilizaba aquella pinta de torerillo para despistar.
Belmonte se lo contó a Calderón que le dio una palmada en la frente a Belmonte y le dijo que aquel mozo era el que iba a pagar lo que el empresario no quiso hacer, así se fue en busca del carterista y después de unos minutos de palique, volvió con unas pesetas mientras decía:
-¡Se creía aquel empresario guarro que no íbamos a cobrar nuestro trabajo! Aún hay justicia en la tierra.
Cap.1.- Primera heroicidad
Cap.2.- Cazador de leones
Cap.3.- Ha nacido un torero
Cap.4.- Una verdad revelada
Cap.5.- El segundo de La Tablada
Cap.6.- El que para, manda
Cap.7.- Un “Tancredo”, veintitrés reales
Cap.8.- Juan «Er der Monte»
Cap.9.- Los panecillos de Elvas
Cap.10.- Rios de sopa y montañas de pescado
Cap.11.- El Cambiazo
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