Plaza de toros de València, 19 de marzo de 2012. Duodécima de la Feria de Fallas. Toros de San Mateo (1º y 6º), Carmen Lorenzo (2º, 4º y 5º) y San Pelayo (3º), bajos de presencia, aborregados de tanta nobleza y descastados. Enrique Ponce (silencio y una oreja tras aviso), El Cid (una oreja tras aviso y oreja) y Daniel Luque (silencio en ambos). Cerca de los tres cuartos de entrada (algo más de 6.000 personas)
Para recapacitar, sacar conclusiones y buscar necesarias soluciones. El día de Sant Josep, el de la cremà, la plaza de toros de València presentó una triste entrada. Tres cuartos siendo generosos. Una aborregada del Capea, lo que se vio; y una puerta grande con sabor a poco de El Cid, nada más. Si todas fueran así, el año que viene si nadie lo remedia no se alcanza ni media plaza en día tan señalado. Nada que ver con las ilusiones de un chaval al que no hace todavía ni veinte años las tripas se le encogían por vivir una tarde de toros el 19 de marzo, desvivirse por conseguir un entrada y vivir aquellas apreturas repletas de expectativas, ilusiones, faenas grandes y triunfos sonados. De siempre fue el día grande, máxima expresión de la València taurina y su carácter. Y hoy, en 2012, se dio un paso atrás, casi al vacío.
Seguro que Enrique Ponce en sus 23 presencias falleras de forma continuada nunca había hecho el paseíllo ante tan poco aforo. Debería afectarle, como a todos. Esto es consecuencia de múltiples factores que no eximen a ninguno de los principales protagonistas de la Fiesta como responsables. El toreo no puede perder una de sus fechas clave y dejarla tan vacía de ilusiones y emociones. Porque eso era y eso debería ser.
Que la Feria de Fallas se hizo a contrarreloj, que el absurdo enfrentamiento por dinero entre empresas y el G-10, con la televisión de por medio, provoca lo vivido. Que se han confundido derechos de imagen con derechos audiovisuales; que lo primero es cuestión de todos y provocar la situación que presentan unos tendidos con semejante aspecto es una puñalada a la imagen de la Fiesta, un tarde huérfana de ilusiones y emociones con esa impresentable corrida de El Capea.
Sin duda, no fue la de El Capea como el corridón de las Fallas de 2011. Ni punto de comparación. Ésta fue impresentable, sobre todo los tres primeros por sus escasas defensas, y mansa, descastada, aborregada y sin emoción ninguna. Y los que asistieron pocas o ninguna ocasión tuvieron para apasionarse. El ambiente tanto el anímico como el meteorológico fue generalmente frío y la salida por la puerta grande del de Salteras no logró maquillar aquello.
Sólo El Cid pareció imponerse a la realidad porque tiene una mano izquierda que sigue valiendo su peso en oro o porque la experiencia es un grado y solventó con una actitud un tanto sobreactuada. Porque había que tener mucha imaginación para hacerle faena al quinto y arrancarle la oreja que le abría la puerta grande. Muy sosón el animal, escasa entrega, ninguna emoción. Sólo la que puso El Cid, que brindó a El Soro –referente de años de ilusiones y emociones, esa que tanto faltó, por cierto–, y echó rodillas a tierra, se desplantó y, sobre todo, toreó con suavidad y ajuste sobre la derecha para que no se le derrumbase aquello y trazó naturales frágiles y metió la espada de primeras, un tanto trasera la estocada, y adornó aquello hasta el último suspiro del Murube del Capea.
Más importancia tuvo la faena a su primero, cuajada por naturales. Noble en exceso, suavón y con cierta clase que llaman ahora y no sobrado de fuerzas. El Cid decantó toda la faena a su zurda y dejó series un tanto breves de naturales marca de la casa. Puros, con la suerte cargada, largos, enganchados dejando la muleta en la cara muy rastrera e imprimiendo mucho temple. Luego vino el arrimón, otro espadazo, el aviso, un descabello y el premio.
El Cid abría la puerta grande de València, la comparación con la de Fandiño del día anterior ni falta hacía. Lo mejor de todo esto es que El Cid, como miembro distinguido del G-10, volverá a València el 12 de mayo con una de Victorino, y eso es otra cosa.
El resto tuvo poca luz. El aborregamiento y poca casta del primero no dio opciones. Ponce, noticia, no alargó aquello hasta el aviso. Un trasteo que le brindo al delantero del Valencia CF, Roberto Soldado. Por cierto, un reflexión en voz alta que ya soltamos, más o menos en forma de tuit al ver los tendidos: algo falla cuando se apuesta por el glamour, si es que Soldado es glamour, para reforzar la imagen de la Fiesta y al mismo tiempo se comprueba la desbanda del aficionado.
Si le caería un aviso a Ponce en el cuarto y antes de entrar a matar incluso. Fue el cuarto algo más de toro, más seriecito por delante, pero igual de insulso. A este le cortaría una oreja. Faena fácil, correcta, sin emociones y rematada de espadazo. Ligera y con un apretón de mitad para adelante no resultó. Faltaron las poncinas, no salieron. Entró la espada, se llegó a pedir la segunda, el público buscaba cualquier excusa para volverle la cara a la tarde, por un momento pareció que se la regalaban. Al final reinó la cordura y la cruda realidad. Una oreja y sigue el mal fario de Ponce en València.
El cuarto se llamó ‘Romerito’, nos acordamos del maestro Antoñete y de lo triste que se pondría allá en el reino de los buenos toreros al ver cómo fue: manso y sin entrega, con un feo trote cochinero. Toro de media altura, la que le imprimió Daniel Luque, y mirón. Sin profundidades y muy al hilo, le hizo faena. Tras la estocada baja y atravesada hubo escasa petición y luego silencio. Todo un detalle. El sexto, precioso de hechuras, guapo de verdad, resulta que reunió lo peor de todos. Luque trató de justificarse. No había nada más.
PS: Se desmonteró Alcalareño en quinto. Nos acordamos también de Montoliu.
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