El día después
Recomendaba en un artículo Alfredo Relaño que “Si tiene usted un hijo en edad de hacer carrera, matricúlele en la facultad de laterales izquierdos. Es la única carrera de la que podrá salir con empleo seguro.” Y yo añado: “En Pontevedra” porque no puede una ciudad calificar con más cariño lo que ante sus ojos pasa y si no, analicen fríamente lo acontecido el domingo 7 con Ponce, Castella y Manzanares. ¿Por qué no habré yo estudiado a orillas del Lérez? Todavía lo estaría haciendo, seguro. ¡Y con matrículas! ¿Por qué no?
Triunfó de un modo absoluto José María Manzanares con un toreo caro, fino, de maestro. Cuatro orejas tenían sus oponentes y sin ellas se fueron, no pudieron ser más por razones anatómicas bovinas. Pero el marcador indicaba un injusto 4-3 en desventaja del valenciano Ponce que no estuvo para nada en ningún momento cerca del alicantino, ni del toro. Con afecto se valoró su primera faena y aunque mejor estuvo en el segundo, ¿era para dos orejas? ¿Merecía igual premio sinceramente que José Mari en cualquiera de sus toros? Yo les juro que sólo recuerdo ahora un abaniqueo por la cara para despedir a este cuarto que desorejó. “Locomía” escuché en el tendido, y a fe que lo parecía.
Fue este desplante de lo más aplaudido así como una sorpresa, novedad este año en el coso sanroqueño: el bombo. ¡Qué manera la de este hombre de acabar los pasodobles! Ovación merecida.
De ser cerdo, el quinto de la tarde se encontraría en el despiece con un solo lacón, el otro se lo destrozó Castella con la espada, al igual que parte del pescuezo. Esta distancia del hoyo de las agujas es infinitamente menor que la que obtuvo como resultado con respecto a Ponce, por ejemplo. Pero hay que saber torear (y lo hizo muy bien) y hay que saber matar y…
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