Primera de la Feria de Fallas. 10 marzo de 2012. Toros de Adolfo Martín de irreprochable presentación, cinqueños, variado su juego y escasas su fuerzas y poderes. Los mejor el dulce tercero y el noble quinto.José Calvo (silencio en ambos), Javier Castaño (silencio y una oreja) y David Esteve (oreja y silencio). Media plaza (alrededor de 5.000 personas).
Arrancó la Feria de Fallas cargada de ilusión e incertidumbre. Ese cosquilleó que te provoca el toro y las sinceras voluntades de quien quiere y sueña con la gloria, ése tantas veces ingrato deseo. Una fiesta pura, con los pies en la tierra, alejada glamour o del G10, que, casualidad, empiezan por ‘g’. Otra historia, vamos, en la que la suerte le hizo un guiño a David Esteve con un adolfomartín de dulce y Javier Castaño enseñó cómo se lidia y se torea desde su madura torería.
Y lo que sucede. Que una corrida de irreprochable trapío, astifina y seria como la que más, sino la que más, mostró sus cartas y a veces las entregó demasiado pronto en un abanico de lo que es la raza muy variopinto. Ni las malas ideas del primero tuvieron que ver con las del segundo. Ni la bondad del tercero con las reservas del cuarto. Ni la claridad del quinto con la sosería del sexto. Eso sí, fueron seis imponentes estampas cárdenas.
En el run-run, la incógnita de David Esteve. La incógnita del que torea poco o nada o en el lejano Perú andino donde ni Internet apenas rebota lo que allá pasa o deja de pasar. Y más cuando primero y segundo pusieron la tarde y al público, que cubría la mitad o algo más del aforo, en tensión.
El primero ya de salida se había quedado debajo del capote de José Calvo y lo había desarmado. Avieso pitón izquierdo, astillado de rematar fuerte en los burladeros en una salida ovacionada. Bajo el toro, diríase que perfecto.
Pero se vino abajo. Como a casi toda la corrida, hubo que llegarle mucho. La prueba el tercer par, Montoliu andándole, dejándose ver, llegando muy encima hasta la arrancada y el par arriba. Ovanción merecida. Luego el toro, al primer muletazo por abajo del inicio se le queda y le rebaña el tobillo. Ni una concesión más de José Calvo con la zurda.
La faena fue sobre la diestra. Serena y valiente. Espera paciente, un trago de mérito. El temple en el toreo en redondo. El cite con la mano baja, a la altura del hocico. Una serie que dio esperanzas. Un parón que cortó la respiración: los pitones en duda: la tela o la taleguilla blanca y plata. Y un toro que entregó más y se orientó por su manifiesta falta de poder.
El segundo, en cambio, no tuvo entrega pero sí un demonio dentro. Como empujó al peto, con la cara arriba, sin emplearse, arrolló en el último tercio. A la altura del pecho, con las manos por delante, a contraestilo incluso de los cabrones habituales del encaste albaserrada. Porque eso fue, un cabrón. Javier Castaño no volvió la cara y trapeceó con aquello sin volver la cara. Lo mejor, la manera de hacer la suerte de matar.
Y en esas, de cabrones más o menos, salió uno cárdeno engatillado, estrecho de sienes, bizco del izquierdo de nombre Madroño que hizo honor a tan ilustre reata. David Esteve desvirgó su tarde, los nervios o la presión con la que cargase con un manojo de verónicas y media gustosas. Esto era otra película. Muy templado el toro, las fuerzas justas. De dulce. Un premio a la paciencia, un guiño de la suerte.
Arreado David Esteve, pero manejando la situación. Dispuesto desde el inicio, tras el brindis a la hermana. Acertado a la hora de elegir los terrenos. En el tercio ni para ti ni para mí, donde el toro no se sintiese afligido. La muleta puesta, el toreo en redondo bien compuesto. Arrebatado el torero, pidiendo la complicidad del público. Y el gusto al natural, bello el trazo. El desplante algo embarullado y una estocada entera y descabello. La oreja le tiene que haber hecho una ilusión enorme. Sin duda, la merecía. Y ahora querrá torear más, natural.
A Calvo no le sonrió nadie y las esperanzas de siempre quedaron intactas. La voluntad y firmeza, se emborronaron con el pésimo manejo de los aceros. El cuarto mostró muy buenas maneras, pero su falta de poder lo apocaron. Quedó escarbador y muy tardo. Una serie de mérito, la primera. Y dos volteretas que sólo quedaron eso. La firmeza de Calvo fue más allá y el toro que no quería. Muy parado a mitad del muletazo, y a los lomos. Y menos mal lo de falta de poder, porque sino Calvo en vez de pasar a la enfermería con una paliza lo hubiera hecho con las carnes abiertas.
El quinto fue un toro para quitarse el sombrero. De ovación fue ‘Monería’. Una ídem, una preciosidad. Un cárdeno claro de 510 kilos con cuajo, remate y dos velas vueltecitas las puntas como si alguien las soplase levemente. Castaño, después de las apreturas de salida, se lo sacó a los medios e intentó lucirlo en varas. Pero el toro no era de espectáculo en varas. Más bien se dejó. Y cuando lo pusieron de largo, andarín y distraído como era, de primeras no fue fijo al peto. Igual en banderillas, a la suya; por eso fueron meritorios los pares de David Adalid, que fue obligado a desmonterarse.
Que qué es lidiar un toro, pues lo que hizo Javier Castaño en clara demostración de madura torería. Una lección. Un placer para los sentidos de los buenos aficionados, y una rareza en tiempos de la neo tauromaquia de lo previsible.
Y con la montera calada, Castaño lo alivió por alto. La condición del toro merecía que todo se hiciese a su favor, pero ganándole terreno. El cambio de mano fue un zarpazo al corazón por su belleza, y el de pecho. Ofreció distancia, la justa, unos cuatro o cinco metros, y cuajó una serie sobria y torera. Compas abierto, sin retorcimientos, la cintura engrasada, y el mando suave y largo. Torería y formas clásicas.
Con toda la panza de la muleta embarcando la noble embestida, con la pata adelante. Muy encajado, asentado. Tal vez demasiado, porque el viaje se hizo corto y ahí acabó de imponerse el torero, valiente siempre y con predilección por el encimismo. Por el izquierdo la misma pureza, pero el toro se abría un pelín por ahí y el ajuste no era el mismo. Hundido en las zapatillas se metió entre los pitones, con mucho temple y sin exageraciones banales, con todo el sentido. Faena breve, torera y madura. Una lección que remató de estocada atravesada en la suerte de recibir en los mismo medios, todo un detalle, y de necesario golpe de descabello. La oreja, merecida. De un infantilismo preocupante que el presidente la aguantase hasta el último momento. Vamos a ser serios, que este grado tan alto de torería no se ve todas las tarde.
El sexto fue de una sosería manifiesta. Esteve se puso pero en aquel pozo no había nada y el fondo era muy escaso. La suerte ya le había sonreído y Castaño ya había demostrado la torería alcanzada tras años de ostracismo.
Crónica de Andrés Verdeguer (www.cornadasparatodos.com)
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