Belmonte, 100 años de alternativa
Relatos sobre las anécdotas que se recogen en el libro “Juan Belmonte, matador de toros” del autor Manuel Chaves Nogales.
Al día siguiente del gran éxito que Belmonte tuvo en Sevilla lo primero que hizo fue juntar a todos sus hermanos, que andaban repartidos por toda Sevilla entre todos los establecimientos de beneficencia, y con su padre y su madrastra se fueron todos a comer a “la Bomba” donde, por fama, se daba la mejor sopa del mundo.
Los contratos fueron saliendo pronto y el más cercano fue al fin de semana siguiente en Sanlúcar de Barrameda donde por primera vez Belmonte probó los langostinos.
La herida de Sevilla aún estaba abierta por lo que los venideros compromisos tuvieron que anularse hasta pasar ocho días donde reapareció y consolidar así su gran éxito, toreó todo lo que pudo en todos los sitios donde fue llamado: Utrera, Sanlúcar, Morón, Higuera, Santa Olalla, Écija, Fregenal, Pilas, Cádiz, Úbeda, Cartagena, San Sebastián y Barcelona.
De Barcelona traía novedades para los camaradas de Sevilla y eran por un lado las señoritas de vida alegre de las ramblas que llevaban sombrerillos en sus cabezas y otro que los Catalanes sacaban tabaco para ellos solos, esto cuando lo contaba nadie se lo podía creer.
De San Sebastián los seis novillos que tuvo que torear al ser cogido Posada, cosa que Belmonte no tuvo por costumbre hacer dichas gestas.
De Écija el más cálido entusiasmo popular, después de torear en las dos novilladas, y en último toro Belmonte se entregó al placer de torear y una vez que salió de la faena que lo tenía embebido levantó la cabeza y vió a la gente aclamándole, los de la banda desenfundando sus instrumentos de nuevo para tocar ese día lo llevaron a hombros a la fonda con las uñas clavadas en la pantorrilla, de un fanático fan.
Aquella noche Belmonte se echó la gorrilla hacia adelante y se escabulló entre la gente para disfrutar un poco de la feria y cumplir algún que otro deseo que de jovencillo no había podido darse y cuando subido en el caballo del tiovivo dieron con él lo llevaron a junto D. Pedro de la Borbolla que andaba en su busca para presentarles a su gente al “fenómeno”, al día siguiente subido en un coche abierto tirado por cinco caballos, Belmonte recorrió el real de la feria mientras de las casetas salía la gente a recibirlo.
El mito había nacido y la popularidad local de Sevilla y Triana fue descomunal, era una creación de sus paisanos y Belmonte era lo que ellos querían, bueno o malo, valiente o cobarde, feo o guapo, simpático o antipático, según querían aquellos miles de aficionados apasionados. Belmonte pasó de ser él a ser algo de todos los sevillanos y cada cual veía en su triunfo la posibilidad del suyo.
A su favor tenía Belmonte la conmiseración por el hombre que va a perecer y tal como había sentenciado Rafael Guerra “darse prisa a verlo torear, porque el que no lo vea pronto no lo ve”.
Belmonte cada vez se sentía más agobiado por aquella presencia constante de la multitud y no había vez que no se echase a la calle y no fuese acosado por lo que llegó a odiar su popularidad.
En Triana había un chiquillo que siempre estaba merodeando la casa del maestro y cada vez que lo veía salir a la calle se echaba a correr delante de Belmonte y gritaba -¡Belmonte! ¡Ahí viene Belmonte! Y le echaba la gente encima así el barrio entero se paralizaba al paso del matador. La rabia contra aquel chiquillo era cada vez más enfermiza y una tarde estando Belmonte con Riverito y antes de que el chiquillo se pusiese a gritar le salieron al paso y lo metieron en un portal y allí le metieron tal paliza que no le quedaron más ganas de volver a echarle la gente encima.
Cuando a Belmonte le tocó el servicio militar el general quería que al recluta Belmonte no se le diese más facilidades que a los demás y ordenó que hiciese lo mismo que los demás. Una mañana marchando para la instrucción la gente se había enterado de que Belmonte iría en la formación por lo que se montó tal expectación que toda la gente lo rodeó rompiendo así las filas e intentando llevarlo a hombros, aquel mismo día el general dio orden de que nunca más saliera el recluta Belmonte a la instrucción.
La fama era lo que tenía por un lado servía para facilitar ese tipo de cosas como el servicio militar y por otro lado la contraprestación de que la gente entiende que todo lo del famoso es un poco de todos los demás y en esto entra el dinero. Belmonte muchas veces salía de casa para tomar un café y a lo largo del trayecto se apostaban los pedigüeños que lo saqueaban por turno hasta el punto de que llegaba al café y tenía que pedirle al mozo que le fiase por falta de dinero.
Otras de las cosas que tiene la popularidad es la de no defraudar a los admiradores y mucho menos a las admiradoras, una vez Belmonte, pasando por una venta donde se encontraban unos admiradores de juerga con unas mujeres alegres, no tuvo más remedio que alternar con ellos y aquellas mujeres, principalmente con una de ellas llamada “Chivita” que súbitamente se enamoró de Belmonte y le contó que aquella noche sería de él a o de la tumba, así los admiradores dejaron a la dama para el maestro y este se resistió todo lo que puede resistirse un lidiador de reses bravas, aquella noche la “Chivita” le deparó a Belmonte el peor percance que hubiese sufrido en su vida taurina.
Cap.1.- Primera heroicidad
Cap.2.- Cazador de leones
Cap.3.- Ha nacido un torero
Cap.4.- Una verdad revelada
Cap.5.- El segundo de La Tablada
Cap.6.- El que para, manda
Cap.7.- Un “Tancredo”, veintitrés reales
Cap.8.- Juan “Er der Monte”
Cap.9.- Los panecillos de Elvas
Cap.10.- Rios de sopa y montañas de pescado
Cap.11.- El Cambiazo
Cap.12.- Aún hay justicia en la tierra
Cap.13.- Llegó el amor y Sevilla
Cap.14.- ¡Mátame,asesino,mátame!
Cap.15.- A Valencia con amor
Cap.16.- Estaba decidido, aquella tarde moriría
Cap.17.- El melonero de Triana
Cap.18.- ¡Viva Belmonte!
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