Juan Belmonte, 100 años de alternativa
Relatos sobre las anécdotas que se recogen en el libro “Juan Belmonte, matador de toros” del autor Manuel Chaves Nogales.
Calderón, el protector de Belmonte, seguía con su campaña de publicidad, entre los tertulianos del Arenal que se juntaban a la sombra de la Torre del Oro en una parada de carros que allí se encontaba. Caldeón llegó un día con Juan a presentarlo a los tertulianos y entre las desmesuradas explicaciones de Calderón y el aspecto de poca cosa que Belmonte tenía, a los contertulios les hizo gracia y tomaron al chaval bajo su tutela. Entre ellos se encontraban un picador llamado «Zalea» y Velilla que había sido picador de Mazzantini.
Mientras tanto Belmonte seguía con las aventuras con sus compañeros yendo a torear tanto a la Tablada como a la dehesa de Conradi en Almensilla, que al tener la plaza enmedio de la dehesa y lejos de las viviendas, donde torerillos montaban verdaderas corridas de toros.
Una vez fueron a torear a Zalamea La Real, donde los mozos del pueblo había organizado una capea solamente para ellos y donde se comunicó que todo aquel que saltase a torear sería hecho preso, así los aspirantes de fuera del pueblo fueron saltando uno a uno al ruedo, arrestados y presentados ante el cabo de la Guardía Civil que ocupaba su asiento en el palco de autoridades, más tarde, acabado el festejo, el Guardial Civil les comentó a los arrestados que no les iba a hecer pasar la vergüenza de ir esposados desde la plaza al cuartelillo, pasando por todo el pueblo, por lo que les encomendó que fueran por su propio pie a lo que accedieron dándole su palabra. La mayoría de los jovenes aprovecharon para escapar, entendiendo que el cabo había hecho esto para que así lo hiciesen, pero Juan Belmonte como había dado su palabra se dirigió a la carcel del pueblo y allí se presentó para que lo hiciesen preso, tal y como había quedado. Al poco tiempo fue puesto en libertad.
Por otro lado en casa de Juan Belmonte las cosas iban cada vez a peor, el padre ya no hacía nada por su prole y la única esperanza era el toreo, así Belmonte desesperado pidió a los tertulianos del Arenal que hicieran todo lo posible por conseguirle algún festejo para poder torear, se dirigieron al Café La Perla y hablaron con Benjumea Zayas y Oliva que recientemente habían construido una plaza en Arahal y estaban organizando su inauguración, la cual sería con Belmonte matando dos novillos.
Parecía que las cosas iban tomando forma y la necesidad de sacar de aquella ruina a su familia era el motor que movía a Juan, el hambre que pasaban era mucha y frecuentemente a la vuelta de torear de la dehesa de Conradi, como quedaba lejos de Sevilla, la pandilla de torerillos se pasaban la caminata pensando en comer y mientras unos pensaban en pozos llenos de chocolate, sentados en el bocal y pasarse la vida mojando allí bizcochos otros, imaginaban caudalosos rios de sopa y montañas de pescado frito, tan grandes, que les daba vértigo.
Cap.1.- Primera heroicidad
Cap.2.- Cazador de leones
Cap.3.- Ha nacido un torero
Cap.4.- Una verdad revelada
Cap.5.- El segundo de La Tablada
Cap.6.- El que para, manda
Cap.7.- Un “Tancredo”, veintitrés reales
Cap.8.- Juan «Er der Monte»
Cap.9.- Los panecillos de Elvas
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